"La fe no quita nada a vuestro genio, a vuestro arte, es más, lo exalta y lo nutre, lo anima a atravesar el umbral y a contemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y definitiva, el sol sin crepúsculo que ilumina y hace bello el presente."
Benedicto XVI
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CATEQUESIS II: Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del Cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible
Creer en Dios significa amarle, buscarle y confiarnos completamente a Él.
El centro del primer artículo de nuestra fe consiste en la paternidad de Dios: creemos en un Dios Padre.
Por tanto Dios es el origen de la vida, que ha llamado “de la nada” a la existencia lo que antes no existía, pero desde el amor. Él no ha creado por necesidad o después de crear se ha alejado de su criatura sino que por amor da principio a todo y acompaña, o mejor, sigue creando con la colaboración del ser humano.
Pero Dios nos es Padre, en primer lugar, por ser creador, sino porque desde toda la eternidad es el que engendra a su Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, por el amor que les une que es el Espíritu Santo.
Porque Dios es Trinidad, es comunión de amor. Dios es eternamente una entrega continua entre las Tres divinas personas.
De esta manera, el verdadero “big ban” que ha dado origen a todo no es otro que un desbordamiento de amor de la Santísima Trinidad, que ha querido colmar a las criaturas de su belleza y su bendición, especialmente al ser humano, creado a su imagen y semejanza. Él es la obra maestra de la creación, hechura de las manos de Dios, llamados a la vida para ser finalmente hijos en el Hijo. Dios crea al hombre para unirle a la misma Vida de la Trinidad, para hacerle participar de su amor, gozo y paz. Somos creados para amar y ser amados.
Así, cada ser humano tiene un valor en sí mismo por el simple hecho de existir. Su dignidad no está condicionada a sus cualidades, a sus honores ni a las etapas de su desarrollo vital. Desde la concepción hasta el final natural cada hombre es persona, hechura de Dios, suma de su amor. Esa es nuestra verdadera y más profunda identidad.
Más todavía: la Paternidad de Dios llega a su extremo el enviarnos a Jesús. Al encarnarse, al dar su vida por nosotros, hemos quedado unidos a Él (regalo que se nos hace por el Sacramento del Bautismo) participando de todos los bienes y riquezas que hay en Jesucristo.
De esta manera también sobre nosotros Dios Padre está permanentemente diciendo las mismas palabras que dirige sobre su Hijo Jesucristo: tú eres mi hijo amado, mi preferido (Mc 1,11). Hemos vuelto a nacer.
Otro punto del artículo primero que no podemos separar de la paternidad de Dios es su omnipotencia (Padre Todopoderoso). Entender bien la omnipotencia divina nos puede ayudar mucho para nuestra relación con Dios.
A veces se ha entendido que Dios puede hacer arbitrariamente lo que quiera, a su gusto y apetencia. Así era como se entendía en las mitologías y en las antiguas religiones paganas la actuación de la divinidad. Pero, entonces, ¿Dios no puede hacer lo que le venga en gana? NO.
La omnipotencia de Dios tiene un orden y un sentido: el amor. Dios es todopoderoso…para amar, para entregarse, para darse a sí mismo.
Desde la paternidad de Dios podemos entender su omnipotencia divina de la siguiente manera:
- Dios es Dios y nosotros criaturas. Sólo Dios es Dios. Él crea el cielo y todo lo invisible (creación de los ángeles y los coros celestiales) para mostrar su grandeza y transcendencia, infinitamente superior a cualquier obra de su creación.
- Dios crea la tierra, el mundo visible… que es contigente (hoy es, y mañana no, necesitado y pobre). Dios usa de su omnipotencia divina no sólo para crearlo sino también para humillarse, para implicarse y abajarse hacia todo lo creado y particularmente con el ser humano. Dios es todopoderoso para llegar a ponerse de rodillas (como en el lavatorio de los pies en la Última Cena) ante su criatura, si es necesario, para conquistar su corazón.
En conclusión:
- Dios mismo sale a nuestro encuentro para darse a conocer. Él se define a sí mismo como Comunión de amor (Trinidad).
- Dios es Padre porque genera a su Hijo, porque crea y conduce todas las cosas con amor y porque a los seres humanos nos ha recibido como hijos adoptivos en Jesucristo.
- Si toda la creación lleva la huella del amor de Dios estamos continuamente rodeados de su amor… Todo es un reflejo de su paternidad. Desde la belleza y el bien de las cosas aprendemos a buscar a Dios y entender todo lo que Él nos quiere, porque todo lo ha creado para nosotros.
- Valorar, agradecer y disfrutar el regalo de la vida, porque la primera “voluntad de Dios” sobre cada uno es justamente el llamarnos a la existencia: ¡Vive!
- Aceptar a los otros y a uno mismo tal como somos. Nuestro valor está en ser imagen y semejanza de Dios, suma de su amor, más allá de nuestros defectos, imperfecciones o pecados.
- Aprender a mirar la vida más allá de lo que simplemente vemos. Nos rodea el Misterio.
- La actitud de los hijos ante Dios Padre es la gratitud y la confianza. Estamos en sus manos.
“Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea que hagas de mí,
te lo agradezco.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi vida, te la doy
con todo el amor de que soy capaz.
Porque te amo y necesito darme a tí,
ponerme en tus manos,
sin limitación,
sin medida,
con una confianza infinita,
porque tú eres mi Padre.”
ORACIÓN DE ABANDONO - Charles de Foucauld
Para compartir en el grupo:
1. ¿Cómo experimentas en tu vida la paternidad de Dios?
2. ¿Descubres el amor de Dios en los problemas y dificultades?
3. ¿Cómo reaccionas ante tus defectos o pecados? ¿Y ante los de los demás?
4. ¿Te es fácil vivir desde el agradecimiento y la confianza?
5. ¿Has visto la mano de Dios Padre en las cosas que Él ha creado por amor a ti?
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